domingo, 22 de agosto de 2010

Historia de una adicción


Todo ocurrió dentro de nuestra cabeza, sí: de la mía, de la tuya y de la de cualquiera.

La historia tiene un amargo principio: el dolor.
Lo sentimos impactar y rodar por nuestra mente como una bola de plomo. Y cuantas más vueltas le daba la mente, más deseábamos evitar su efecto y lentamente como un veneno silencioso el miedo nos caló hasta los huesos. Sin que nos enterásemos siquiera, empezó a habitar nuestra mente y como uno de esos ancianos que acumulan basura en sus casas, el miedo, empezó a llenarla de cosas, cosas a las que agarrarnos, con las que protegernos...

Para cuando nos dimos cuenta encontramos una mente esclavizada e inmersa en la construcción de la fortaleza perfecta. Un gigantesco y lúgubre castillo enfermo de miedo en un estado de perpetua y frenética construcción.

En el ambiente se respiraba un aroma turbio que, inevitablemente desprendía esa construcción eternamente inacabada, eternamente ansiosa y por siempre insatisfecha. Un desagradable olor al que malamente se calmaba con la esperanza de la culminación de un edificio constitutivamente inacabado.

De pronto aparece algo, o alguien, que se nos presenta como aquello que nos hacía falta, aquello que siempre habíamos estado buscando. El antídoto a nuestro miedo, la promesa de la eterna protección, la ansiada completud. Aparece algo que nos extasía, nos embriaga, nos inunda y nos maravilla.

Y ya no podemos vivir sin eso.



El problema es que la historia no termina aquí.

Llega un punto en que nuestra droga perfecta desaparece o, pasada la primera euforia, deja de hacernos efecto.

En ambos casos la historia termina como empezó. No es un desenlace casual:


"Todas las adicciones empiezan con dolor y terminan con dolor."


Todas ellas nacen a partir de "una negativa inconsciente a encarar y traspasar el propio dolor." Ocurre que, tarde o temprano, aquello que habíamos tapado con nuestra droga particular, reaparece con más fuerza que antes. El error está en pensar que lo que va a calmar nuestra angustia es algo o alguien externo, algo que no seamos nosotros mismos.


Solo uno mismo puede salvarse.


Esta frase implica dos cosas:

La primera, que el indicado es necesariamente uno mismo.

La segunda, que puede hacerlo.






Inspiración y citas obtenidas de El poder del ahora, Eckhart Tolle.

2 comentarios:

  1. :)
    http://www.youtube.com/watch?v=EoXwAO9tYUM

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  2. Como me ha gustado ese enlace de youtube.
    Tienes 666 infernales visitas!
    Buena idea la de las etiquetas en forma de columna.Tienes que enseñarme más...
    http://www.yellowcinema.com/tw-movie-taipei-exchange-2010/
    me la bajé.

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