sábado, 16 de abril de 2011

Blanco, suave, febril, crudo...



Una habitación a oscuras, inundada en sombra. Alguien o algo se remueve, un ser. Se le escucha respirar el aire negro, agitarse con movimientos invisibles. Grita de hambre. Palabras informes reverberan en su estómago vacío. Vocablos deformados, incomprensibles.

La luz se enciende. Los gritos cesan. Una luz amarillenta y tenue baña la habitación. Todo está desordenado y roto. Una mesilla de noche, tirada por el suelo vomita sus cajones. Pegado a la pared hay un espejo sucio y con grietas. La estantería tiene varias de sus baldas rota. Libros destrozados escupen sus páginas sobre el suelo negro y frío. Al fondo, una cama deshecha.

El ser está junto a la puerta. La puerta está llena de arañazos y marcas de golpes. El ser respira encogido sobre el suelo. Resulta difícil determinar su naturaleza. Su cuerpo es menudo, blanco, suave; humano. Sus ojos negros, cargados de un ansia febril reflejan un espíritu crudo; animal.

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